"Primero
fue la ropa. Sacó todas las prendas del armario, las apiló
cuidadosamente, y las distribuyó en cuatro bolsas de basura. Cuando
arrojó la última al contenedor, sintió que una pequeña parte de
su angustia se desvanecía. Animado por este descubrimiento, decidió
hacer lo mismo con todos sus aparatos electrónicos, y tiró el
móvil, el ordenador, la tele. Cuando ya no quedó ninguno, se sintió
aún un poco mejor. Entonces continuó con los muebles, con las
fotografías, con los libros. A medida que llenaba los contenedores
de basura, su casa se vaciaba, y más se reafirmaba él en su
decisión. Cuando no quedó nada en el piso, supo que estaba muy
cerca de la victoria. Sólo quedaba asestar el golpe definitivo. Bajó
a la calle, caminó hasta la alcantarilla más próxima, y tiró las
tarjetas de crédito y el poco dinero que llevaba encima. Cogió el
llavero, lo miró una última vez, y lo arrojó. Cuando un sonido
metálico le indicó que sus llaves habían llegado al fondo, supo
que se había terminado. Era libre. No más noches sin dormir
pensando si el siguiente sería el día. Podían venir cuando
quisiesen, él ya no tenía nada. Cuando le llegó aquel primer
aviso, se juró a sí mismo que nunca le entregaría su casa a un
banco. Echó a caminar. Quizá se la quedarían, pero ya no le
importaba, ya no era suya. Él ya no podía perder nada. Había
ganado."
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